En el silencio del Pla de Pena, mientras buscamos las trazas del antiguo sendero hacia la cima de Sant Amand y los vestigios del legendario Castell de Pena, nos topamos con esta constelación de avisos que nos devuelve bruscamente al presente. Los carteles de coto de caza se multiplican entre los árboles como centinelas de papel y metal, recordándonos que estos bosques tienen múltiples usos y usuarios.
La hierba dorada del claro parece inofensiva, pero las advertencias nos hablan de una realidad paralela: la de los cazadores que frecuentan estos mismos senderos en busca de jabalíes y ciervos, la de una actividad que coexiste con el senderismo y que requiere precauciones y respeto mutuo. Cada cartel es una frontera invisible, una delimitación territorial que nos recuerda que la montaña no es solo nuestro patio de recreo.
Entre pinos centenarios que han visto pasar siglos de historia, desde los tiempos del Comte Arnau hasta nuestros días, la naturaleza sigue siendo territorio de supervivencia para unos y de contemplación para otros. Los avisos nos invitan a la prudencia, especialmente en temporada de caza, cuando los bosques resuenan con ecos muy diferentes a los que buscamos los caminantes.
Aquí, donde las piedras del castell de Pena yacen dispersas entre la maleza, las advertencias modernas contrastan con las ruinas medievales, recordándonos que cada época tiene sus propias maneras de delimitar el territorio y sus propios códigos de convivencia.
(Texto de Claude AI)
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Sant Martí d'Ogassa, Girona.