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Bain News Service,, publisher.
Robt. Lansing
[between ca. 1915 and ca. 1920]
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Forms part of: George Grantham Bain Collection (Library of Congress).
Format: Glass negatives.
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Robert Lansing;
Secretary of State and Delegate to the Peace Conference
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The war of the nations: portfolio in rotogravure etchings: compiled from the Mid-week pictorial. New York: New York Times, Co, 1919. Book.
Retrieved from the Library of Congress, www.loc.gov/item/19013740/. (Accessed November 08, 2016.)
Images from "The War of the Nations : Portfolio in Rotogravure Etchings : Compiled from the Mid-Week Pictorial" (New York : New York Times, Co., 1919)
Notes: Selected from "The War of the Nations: Portfolio in Rotogravure Etchings," published by the New York Times shortly after the 1919 armistice. This portfolio compiled selected images from their "Mid-Week Pictorial" newspaper supplements of 1914-19. 528 p. : chiefly ill. ; 42 cm.; hdl.loc.gov/loc.gdc/collgdc.gc000037
Subjects: World War, 1914-1918 --Pictorial works.
New York--New York
Format: Rotogravures --1910-1920.
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Repository: Library of Congress, Serials and Government Publications Division, Washington, D.C. 20540
Part Of: Newspaper Pictorials: World War I Rotogravures, 1914-1919 (DLC) sgpwar 19191231
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Bain News Service,, publisher.
R. Lansing, Paris
[between ca. 1915 and ca. 1920]
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Cronología abreviada de la imposición y la entrega (Por. C. Fazio)
I
El pasado 22 de noviembre, la 51 reunión interparlamentaria México-Estados Unidos concluyó con la difusión de un comunicado conjunto, en el que la delegación estadunidense manifestó su interés "por una mayor interdependencia y seguridad energética de Norteamérica". En la reunión, Michael McCaul, presidente de la delegación visitante y del Comité de Seguridad Interior de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, elogió el paquete de contrarreformas neoliberales impulsado por Enrique Peña y el Pacto por México y, tras mencionar los acuerdos transfronterizos de hidrocarburos de su país con México, abogó por una profundización de la "alianza energética" entre ambos y Canadá.
En el marco de las privatizaciones en curso de Petróleos Mexicanos (Pemex) y la Comisión Federal de Electricidad (CFE) en el Congreso mexicano, las "aspiraciones" de McCaul y los parlamentarios estadunidenses no fueron para nada inocentes. Abrevan en la histórica ambición anexionista y de clase que desde los tiempos del secretario de Estado William H. Seward, en la segunda mitad del siglo XIX, se expresó en un proyecto de control infraestructural y económico de dimensiones continentales que incluía la absorción de México y Canadá; proyecto revitalizado en documentos oficiales del gobierno de Franklyn Delano Roosevelt en 1941, cuando se diseñó la Doctrina de Áreas Ampliadas (Grand Area Doctrine), plan geopolítico de integración vertical imperial para la competencia comercial entre bloques, con eje en la noción de "seguridad nacional" estadunidense.
En su última fase, dicho proceso arranca a finales de los años 70 del siglo pasado, cuando el lobby petrolero texano logró colocar en la Oficina Oval a Ronald Reagan y George Bush padre. Veamos:
1973. El embargo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) a Estados Unidos, a raíz de su apoyo a Israel en la guerra de Yom Kippur, exhibió su vulnerabilidad energética y generó un trauma geoestratégico. Desde entonces, de cara a cualquier interrupción futura del flujo de hidrocarburos (petróleo y gas natural) del golfo Pérsico, Washington priorizó por razones de "seguridad nacional" sus políticas hacia "fuentes amigables, estables y seguras" como Inglaterra, Canadá, México y Venezuela.
1979. La vinculación entre la seguridad, la dependencia estratégica y las iniciativas para la inclusión de Canadá y México en esquemas de "integración" de América del Norte ingresa como tema central de la seguridad nacional de Estados Unidos. Para dejar de ser "rehenes" de la OPEP y de cara a la pugna interimperialista con los megabloques económicos de la Unión Europea y el Asia/Pacífico (Japón y los tigres asiáticos) que desafían la hegemonía de Estados Unidos, ese año, cuando el tema del petróleo y el gas era casi un tabú en las relaciones bilateral y regional, Ronald Reagan promueve en su campaña por la Casa Blanca la "desvinculación" del petróleo mexicano y el gas natural canadiense del mercado mundial y la "regionalización" de los recursos hidrocarburíficos de ambos países bajo la idea de un "mercado común energético" de América del Norte.
Años 80. En el caso de México, los mayores obstáculos para la conformación de un mercomún energético en el área espacial y territorial de Norteamérica eran el nacionalismo revolucionario, con su artículo 27 constitucional, y la noción misma de la soberanía nacional mexicana. Para librar esos escollos, Washington optó por instrumentos "no militares" (es decir, financieros y monetarios derivados de las líneas de condicionalidad del Banco Mundial, el FMI y el BID atadas a la deuda externa) y de "inteligencia política" (cooptación-corrupción de gobernantes, políticos y empresarios y las presiones derivadas de sus eventuales vínculos con el tráfico de drogas y otros ilícitos).
Históricamente, al aparato militar y diplomático estadunidense no le ha sido difícil detectar esas vulnerabilidades, porque, como dijo el ex secretario de Estado de Woodrow Wilson, Robert Lansing, "dominar a México es extremadamente fácil porque basta con controlar a un solo hombre: el presidente". Labor que han venido desarrollando los emisarios de Washington desde el primer gobierno neoliberal de Miguel de la Madrid hasta el presente, con Enrique Peña, pasando por Carlos Salinas (líder de la facción santannista de lo que Manuel Buendía llamó "neopolkos"), Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón. En abono de lo anterior, y como señaló hace más de dos lustros John Saxe-Fernández en La compra-venta de México, desde 1982 se ha venido generalizando en México el "quintacolumnismo", es decir, una quinta columna integrada por un grupo de poder local colaboracionista, antinacional y entreguista, afín a un anexionismo vertical, subordinado y dependiente de Estados Unidos.
1991. Durante el gobierno salinista, en el marco de la primera guerra del golfo Pérsico, Timothy O’Leary dio a conocer que en una reunión celebrada en Toronto, el 12 de junio de ese año, Los Pinos y la Casa Blanca pactaron que "sin modificar la Constitución mexicana", el petróleo y las operaciones nacionales e internacionales de Pemex entraran en las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA, por sus siglas en inglés).
1994. Con la entrada en vigor del TLCAN, definido por el ex director de la CIA William Colby como un instrumento importante para "desvanecer" la soberanía mexicana y "reorientar" la función y la existencia misma de México como Estado nación, se profundizó el proceso de "constitucionalización del neoliberalismo disciplinario". Esto es, el ajuste del aparato normativo mexicano con el fin de garantizar "seguridad jurídica" a los inversionistas privados extranjeros, con especial fruición, la desde entonces furtiva, larvada e ilegal contrarreforma a los artículos 27 y 28 de la Constitución en materia energética: electricidad, agua, petróleo, gas natural y otros minerales considerados "críticos y estratégicos" por el Pentágono.
II
Con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994, Estados Unidos y los organismos financieros "internacionales" (BM, FMI, BID, verdaderos perros guardianes al servicio del Departamento del Tesoro y las compañías multinacionales), han venido avanzando sin límite de continuidad en el "cogobierno" o "manejo conjunto" del territorio nacional y sus recursos geoestratégicos. Incluida la privatización "multimodal" de la infraestructura (carreteras, puertos, aeropuertos, vías de ferrocarril, redes de fibra óptica, de electricidad e hidrocarburos), propósito principal del Plan Puebla Panamá (PPP), diseñado durante la administración de Ernesto Zedillo y profundizado con Vicente Fox.
2000-2001. Tras la elección de Fox en julio de 2000, Washington arreció en sus propósitos de transformar el espacio territorial mexicano, de adecuarlo con las nuevas mercancías, a los nuevos negocios y tecnologías. De cuadricularlo, ordenarlo y hacerlo funcional y "productivo".
Durante su campaña electoral, en un debate televisado con Al Gore en octubre de 2000, el entonces gobernador de Texas, George W. Bush, recuperó la idea de Reagan y su padre (George Walker Bush, ex director de la CIA y vicepresidente de los dos mandatos de Reagan, a quien sucedió en 1988) de formar un "mercomún energético de América del Norte". Dijo: "Le hablé (a Fox) de cómo sería mejor apresurar la exploración de gas natural en México y transportarlo a Estados Unidos para que seamos menos dependientes de fuentes externas de petróleo crudo". En febrero de 2001, el experto George Baker, directivo de Mexico Energy Intelligence, planteó que Bush podía ofrecer fondos para convertir a Pemex en la mejor empresa petrolera del mundo. "Por supuesto, tendría que ser una propuesta del presidente Fox, que no corresponde plantear al presidente Bush", dijo Baker. En marzo, Bush no tuvo empacho en afirmar que el gas encontrado en México era "hemisférico" y debía beneficiar a Estados Unidos. Afirmó entonces: "Una buena política energética es aquella que entiende que tenemos energía en nuestro hemisferio y cómo explotarlo mejor y transportarlo a los mercados". Poco antes, con Fox de anfitrión, el secretario de Energía de EU, Spencer Abraham, había logrado introducir en la Declaración de México −suscrita por los ministros de Energía del hemisferio− una frase que abogaba por la "integración energética" del continente. Allí quedó formado un grupo de trabajo trilateral (integrado por Abraham y los ministros del ramo de Canadá y México). "Encontramos que hay dependencia mutua, sin socios minoritarios ni socios mayoritarios", dijo entonces Abraham desafiando la ley que rige la fábula del tiburón y las sardinas.
La idea de crear "redes" o "corredores energéticos" a través de ductos transfronterizos para el intercambio de hidrocarburos, así como la integración eléctrica entre Estados Unidos, Canadá y México, fue retomada en la Cumbre de Quebec (abril de 2001), donde participaron 34 jefes de Estado y de gobierno de América. Uno de los compromisos de la cumbre fue "norteamericanizar los mercados de energía" −ante la deficiencia de Estados Unidos en la materia esgrimida por Bush−, para lo cual se requería "cambiar el marco legislativo y regulatorio" de los países involucrados.
En mayo de 2001, el presidente Bush −principal operativo del cártel petrolero-gasero texano conformado por las trasnacionales Exxon-Mobil, Halliburton, Enron y El Paso Corporation− dio a conocer su plan energético nacional (conocido como Plan Cheney), donde el combustible extranjero pasó a ser el eje del proyecto. En ese esquema, México fue definido como una "fuente primordial" para garantizar la "seguridad energética" de Estados Unidos.
Varios meses antes de los atentados contra las Torres Gemelas, el Grupo para el Desarrollo de una Política Energética Nacional, que elaboró el Plan Cheney, había mostrado un mapa de la República Mexicana que identificaba las cuencas de Burgos, Sabinas y Pedregosas, en el norte de México, frente a Texas (dominios del clan Bush), como las principales reservas de gas no explotado. En esa región, sugería el documento, podría darse una interrelación energética "natural". El grupo recomendó a Bush que instruyera a sus secretarios de Estado y de Energía para que, en consulta con la Comisión Reguladora de Energía, se revisaran los "permisos presidenciales" para la construcción de infraestructura que permita el cruce de petróleo, gas natural y electricidad, y se propongan las reformas a las regulaciones que sean necesarias para hacerlas compatibles con el comercio intrafronterizo.
Cuando en septiembre de 2001 Fox visitó a Bush en Washington, ambos recibieron la propuesta del Consejo Binacional México-Estados Unidos de llevar a cabo, cuanto antes, la integración energética de Norteamérica. El principal destinatario de la solicitud fue Fox: a él le recomendaron aumentar la inversión privada en Pemex; abrir el sector de refinación de crudo al capital extranjero; dividir en varias compañías la red de oleoductos mexicanos y acceder a una pronta integración eléctrica con Estados Unidos. Para todo ello, señalaron, hay opciones: "liberalizando los marcos regulatorios y legales". Es decir, modificando la Constitución mexicana.
2002. El 20 de septiembre de ese año Bush presentó su Estrategia de Seguridad Nacional en la Casa Blanca. Entre las nociones básicas del documento, una decía: "Debe mejorar la seguridad energética (de Estados Unidos). Fortaleceremos nuestra propia seguridad energética y la prosperidad compartida de la economía mundial, colaborando con nuestros aliados, socios comerciales y productores de energía". En buen romance, fue el anuncio estratégico de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (Aspan), suscrita en Waco, Texas, el 23 de marzo de 2005.
III
Año 2005. Según lo definió entonces la llamada Fuerza de Tarea Independiente (sic) sobre el Futuro de Norteamérica −cuyos copresidentes eran el ex viceprimer ministro de Canadá, John Manley; el ex gobernador de Massachusetts, William Weld y el ex secretario mexicano de Hacienda, Pedro Aspe−, el nuevo "paradigma" en las relaciones de México con Estados Unidos y Canadá ha sido la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN).
El "menú" del pacto trilateral, definido entonces por la Casa Blanca con el colaboracionismo de tecnoburócratas gubernamentales, asociaciones empresariales y círculos intelectuales conservadores y entreguistas de Canadá y México, incluyó seis puntos básicos de seguridad: militar, interna, energética, global, social y de acceso al agua dulce. No fue casual que los puntos de la agenda definían los intereses geoestratégicos de Washington; subordinaban el comercio a los asuntos de seguridad definidos en la doctrina Bush de guerra preventiva y lucha contra el "terrorismo", y perseguían una dirección única: la dominación imperial estadunidense en el siglo XXI.
Los objetivos claves del "nuevo acuerdo" −en cuya elaboración participó de manera activa Andrés Rozental Gutman, medio hermano del ex canciller del foxismo Jorge G. Castañeda− fueron desarrollar mecanismos de seguridad marítima, aérea y terrestre que permitieran hacer frente a cualquier "amenaza" en América del Norte; una estrategia energética basada en el incremento de la oferta para satisfacer las "necesidades" de la región (léase Estados Unidos), y facilitar inversiones en infraestructura energética, para las mejoras tecnológicas, la producción y el suministro confiable de energéticos, mejorando la "cooperación" en la materia.
En forma complementaria, un objetivo estratégico de la política petrolera del dúo Bush-Cheney fue persuadir u obligar a México y países productores del golfo Pérsico a que abrieran sus empresas estatales a la inversión multinacional privada. En ese sentido, en Waco, Bush aprovechó la extrema debilidad del presidente Fox y definió la nueva agenda, que los tecnoburócratas locales tratarían de rellenar después con regulaciones, estándares y modificaciones graduales, pequeñas pero sustanciales, de modo de ir "armonizando" la legislación mexicana con los intereses de Washington y las trasnacionales del sector energético.
A su vez, para garantizar "la producción y el suministro confiable de energéticos" en Norteamérica −que comenzaba ya a tomar forma como nuevo espacio geopolítico y geoeconómico−, los estrategas castrenses de Washington impulsaron la idea de un "perímetro exterior de seguridad", lo que colocó a Canadá y México bajo el manto militar nuclear del Comando Estadunidense de Defensa Aeroespacial (conocido como NORAD, por sus siglas en inglés), y su extensión al Comando Norte (creado en 2002), ambos bajo el mando del Pentágono, encargados de proteger de facto los suelos, mares y cielos trinacionales. La anuencia tácita de Fox al plan de seguridad de Bush, colocó desde entonces al territorio mexicano como blanco de cualquier contingencia bélica interimperialista. Pero, además, ese proyecto estadunidense que asumió a México como problema doméstico, incluyó el sellamiento militar del Golfo de México, desde los cabos de la Florida hasta la península de Yucatán, y el corrimiento de la frontera norte al istmo de Tehuantepec para controlar el tránsito de indocumentados mexicanos, centro y sudamericanos, según el diseño original del Plan Puebla-Panamá.
La ASPAN (el TLCAN militarizado), que desde su concreción ha venido funcionando con un "gobierno sombra" de las élites empresariales y militares de Estados Unidos y sus socios menores en Canadá y México, incluyó una integración energética transfronteriza (petróleo, gas natural, electricidad) subordinada a Washington y megaproyectos del capital trasnacional que subsumieron los criterios económicos a los de seguridad, justificando así acciones que de otro modo no podrían ser admitidas por ser violatorias de la soberanía nacional, y una normativa supranacional que hizo a un lado el control legislativo (según la Constitución, el Senado es el encargado de vigilar los acuerdos internacionales suscritos por el Poder Ejecutivo), mientras se impusieron leyes contrainsurgentes que criminalizaron la protesta y la pobreza y globalizaron el disciplinamiento social.
Año 2007. Ya bajo el mandato espurio de Felipe Calderón, la Iniciativa Mérida, anunciada por George W. Bush en Washington el 22 de octubre de 2007, fue diseñada como un paquete de asistencia militar en especie a México por un monto de mil 400 millones de dólares para el trienio 2008-2010. El "nuevo paradigma de cooperación" entre Estados Unidos y México en materia de seguridad estuvo dirigido a hacer frente a "amenazas comunes" asimétricas, mismas que fueron identificadas como organizaciones trasnacionales del crimen organizado, en particular las dedicadas al narcotráfico, el tráfico de armas, las actividades financieras ilícitas, el tráfico de divisas y la trata de personas. Con un dato adicional: la virtual equiparación desde la óptica punitiva estadunidense de tres términos y sus manifestaciones concretas: terroristas, narcotraficantes y migrantes sin documentación válida (indocumentados).
Símil del Plan Colombia, en su parte sustantiva, el millonario paquete de asistencia militar incluyó aviones y helicópteros de combate, barcos, lanchas; armamento y equipo bélico, radares y sofisticados instrumentos para monitoreo aéreo e intervención de comunicaciones; software para análisis de datos asociados a inteligencia financiera, y recursos para sufragar cursos de entrenamiento y asesorías del Pentágono, la CIA, el FBI, la DEA y otros organismos de seguridad estadunidenses a sus contrapartes mexicanas. También incluyó recursos para la instrumentación de reformas judiciales, penales y de procuración de justicia, áreas que de manera paulatina serían homologadas a las de Estados Unidos.
IV
Integrado de facto desde 2002 al "perímetro de seguridad" de Estados Unidos, el territorio de México quedó incluido en la zona bajo control del Comando Norte del Pentágono. A su vez, en el marco de la ASPAN (el TLCAN militarizado, 2005), la Iniciativa Mérida (2007) llevaría a una desnacionalización acelerada del sistema de seguridad interna. Desde entonces, Estados Unidos sería codiseñador de la estrategia de "seguridad nacional" mexicana, lo que, más allá de juegos semánticos, significó una cesión de soberanía.
Definida por el entonces embajador de EE.UU. en México, Antonio Garza, como el "proyecto más agresivo" jamás impulsado por la Casa Blanca en el hemisferio occidental, la Iniciativa Mérida fue diseñada en función de la agenda de seguridad de Washington. Las prioridades de la administración Bush fueron: guerra a las drogas (en el territorio mexicano); guerra al terrorismo (ídem); seguridad fronteriza (en los confines norte y sur de México); control sobre la seguridad pública y las distintas policías de México; penetración de las fuerzas armadas locales (Ejército y Marina de Guerra); construcción de instituciones y reglas de ley similares a las de Estados Unidos (homologación de leyes como parte de la integración silenciosa y subordinada de México).
En ese sentido, las contrarreformas calderonistas fueron parte de la agenda policial-militar-judicial-penal de EE.UU., ya que se encaminaron no sólo a la adopción de facto de medidas similares a las del "Estado de excepción" de la era Bush (Ley Patriota, Comisiones Militares, Ley Marcial), sino que también, vía la pretendida modificación o derogación de la Ley para Conservar la Neutralidad del País, buscaba permitir la proyección del poder militar del Pentágono (aéreo, naval y terrestre, incluyendo las fuerzas especiales), en el territorio nacional y los espacios marítimo y aéreo (lo que luego ocurrió de manera no tan encubierta, drones incluidos), y la creación de bases militares, a la postre denominadas Oficinas Bilaterales de Inteligencia o centros de fusión.
2008. La energía y la política irían de la mano desde comienzos de ese año. En los círculos financieros se afirmó entonces que la privatización de Petróleos Mexicanos (Pemex) estaba próxima. Pero para ello se requerían reformas constitucionales y el presidente Felipe Calderón necesitaba conseguir los votos en el Congreso del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
En ese contexto se reveló que Pemex, la mayor empresa paraestatal y principal contribuyente fiscal de México, había establecido convenios de cooperación con cinco multinacionales: la angloholandesa Royal Dutch Shell; Petrobras, de Brasil; Statoil de Holanda; la canadiense Nexen y el gigante petrolero estadunidense Chevron-Texaco. Según autoridades de Pemex, se trataban de convenios "sin carácter comercial" en materia de investigación científica y tecnológica, apegados a los ordenamientos constitucionales y legales vigentes entonces en el país.
Sin embargo, en diciembre anterior La Jornada había denunciado que existía un convenio de carácter confidencial con la Shell, para realizar actividades de exploración en el campo petrolero de Chicontepec, Veracruz, lo que estaba vedado por la Constitución. Entonces se especuló que el llamado Proyecto Margarita permitiría posicionar a la empresa angloholandesa en el país, ante una eventual eliminación de las restricciones constitucionales a la inversión privada en el sector energético.
Pemex clasificó como "información confidencial" los resultados derivados de los acuerdos suscritos con esas cinco compañías, y asumió el compromiso de ocultar los datos al Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos (Ifai). Si Pemex rompía la reserva de los convenios debería pagar una indemnización de 500 mil dólares por evento. Y en caso de una controversia entre ambas partes, ésta se tendría que dirimir en las cortes internacionales de conformidad con el reglamento de arbitraje de la Cámara Internacional de Comercio, con sede en París, Francia.
Calderón dijo que Pemex no se privatizaría, lo que a todas luces fue una actitud demagógica, ya que en 2003, siendo ministro de Energía en el gabinete de Vicente Fox, había abogado por la apertura al capital privado de la Compañía Federal de Electricidad (CFE), mediante adecuaciones al texto de los artículos 27 y 28 constitucionales, con el fin de otorgar "certidumbre jurídica" a los inversionistas extranjeros. Ahora sólo era cuestión de cambiar sector "eléctrico" por "energético".
No era secreto que los distintos gobiernos neoliberales habían venido suscribiendo acuerdos inconfesables con empresas internacionales como el firmado con Shell. Entre los trucos semánticos que intentaban ocultar la privatización por partes de Pemex al margen de la Constitución, se había llegado a hablar de "acuerdos verbales", alianzas "sin documento alguno", convenios de "colaboración" y "pactos sin carácter comercial."
El 4 de marzo, en horario estelar, el gobierno de Calderón puso en marcha una millonaria estrategia propagandística televisiva dirigida a convencer a la población sobre la necesidad de que Pemex se asociara con empresas privadas, nacionales y extranjeras, para explorar "un tesoro escondido" a 3 mil metros de profundidad en el golfo de México. En lo que fue descrito como un doble juego gubernamental para abrir el sector de los energéticos al capital privado, se reveló la existencia de dos versiones del espot oficial: en el portal de YouTube, el promocional, que incluía gráficas satelitales e imágenes en tercera dimensión, hablaba de "alianzas" estratégicas con empresas privadas para la exploración en aguas profundas; pero esa palabra fue mutilada en la televisión abierta, lo que constituyó una manipulación intencional para ocultar que la iniciativa era en pro de una "alianza estratégica" o de "cuates", de la administración Calderón con los tiburones del sector energético trasnacional.
www.jornada.unam.mx/2013/11/25/opinion/021a1pol
www.jornada.unam.mx/2013/12/09/opinion/027a1pol
www.jornada.unam.mx/2013/12/23/opinion/024a1pol
www.jornada.unam.mx/2014/01/06/opinion/015a1pol